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Un momento con Gene Gendlin




Quisiera guardar para siempre aquellos ojos mirándome en el presente desde un lugar muy distante, pero aquí y ahora, desde ese lugar iluminado. Su mirada es un momento en que estamos juntos, sin hablar mucho, pero con una profunda conexión. Sentí que Gene me miraba con una alegría de recibir mi visita, un encuentro como aquel de 1989, en Chicago.

Las pocas palabras pronunciadas tenían un sabor de certeza y de una verdad sentida, una verdad declarativa.  Una de esas verdades que se escapan desde un corazón sintiente y con el peso de lo real. El llego a considerar que una de sus obras es la que mejor le retrata, aquella primera obra que llegó a flamear como estrella en el firmamento del tiempo, y que publico cuando el tenía 27 años: El experienciar y la creación del significado (ECM). Esa obra era justamente la que yo le fui a entregar, traducida al Castellano, esa obra que significó el primer enlace histórico en la filosofía de Occidente: esa unión intrínseca entre la experiencia humana y los símbolos, símbolos que nacen de una vivencia que era anterior a un concepto, que aún está en un nivel de lo implícito, algo que surge en aquella creación tan humana como  es el significar, significar todo aquello que toca nuestro ser en un momento dado. Toda vivencia tiene una raíz interactiva, una fuente original y recóndita. Esa era la mirada de Gene, una mirada que pude entender y comprender desde una dimensión que él mismo nos había enseñado. Su mirada contenía lo mismo que él había descrito por primera vez en 1962, esa mirada significante y profunda, profunda como la mirada inocente de un niño, pero al mismo tiempo, esa mirada  estaba empapada de una antigua sabiduría. Esa mirada estaba alimentándose de una fuente encantada que provenía del infinito sentir su propio pensamiento, era una mirada certera pero inocente, era una mirada sabia y liviana, liviana como una hoja de otoño que cae lentamente desde la cima de un árbol gigante y cuya altura permite ver toda su caída magistral. Una mirada otoñal, como entonces cuando le conocí por primera vez, de aquel otoño en Chicago de 1989, cuando su mirada era fuerte como aquel roble que crecía imperceptiblemente en la historia de la filosofía.

Esta vez Gene nos mirada a Aaffie, a Catherine y a mí, del mismo modo como mira un niño sabio, y como alguien instalado en la inocencia total de su sabiduría, como un hermoso roble ahora antiguo, embellecido por la obra, embellecido por el significado de su propia  obra. Un roble sostenido por el humor, por la paciencia tremenda de sobrellevar la dura carga de la vejez. Pero su vejez era fresca por su glorioso pasado, completo, intenso, con miles de caminos recorridos y millones de personas que sin querer ha llegado a conectarse en este mundo, un mundo sediento de tanto con-tacto, y con-vivencia.


En medio de ese bosque del tiempo, estaba Gene radiante de sol y de alegría, radiante de cansancio si pudiéramos decir que el cansancio vital pudiera ser luminoso, frágil con un distante temblor a la lejanía de este mundo y la cercanía de ese otro mundo que tantos nos han narrado con esperanza, era una alegre mirada que irradiaba desde un ocaso luminoso, con la satisfacción de una misión ya cumplida hace muchos años, talvez desde 1962, cuando publicara su ECM, creatura a la que el adjudica su mayor significación y devoción. Mi obra principal ha sido ECM, no lo ha sido aquel Un Modelo Procesal”.


Desde aquella mirada certera, y desde aquella certeza con que un padre declara a sus creaturas que una de ella es más querida que la otra, pero sin necesidad de justificación alguna, como si estuviera diciéndole a sus propios hijos, lo que cada uno ha significado para él. Un padre legítimo que reconoce las diferentes virtudes de sus hijos pero que, al mismo tiempo, no teme en absoluto herir susceptibilidades, pues estas dos obras “saben” que ellas no se ofenderán.

Un Modelo Procesal significa para Gene otras cosas, como un hijo complicado que ha tenido dificultades para interactuar con el mundo. Un hijo que brilla como un gran astro en la filosofía del futuro inmediato.


No obstante, ECM es como un hijo querido y profundo, un artista de la filosofía humana, una estrella pequeña por intensa, sabia y fuerte.  ECM es el primero, porque es el primero de su verdadera estirpe filosófica, aquel hijo que trajo a este mundo una luz de esperanza, una nueva luz, la luz de la significación sentida. Una estrella que brilla hace 55 años en el firmamento sajón, y que ahora ha comenzado a brillar con sus características singulares en el firmamento de la lengua española.


Gene nos siguió con su alegre mirada y sus manos nos decían adiós, y nosotros le dijimos adiós mientras el tiempo y el espacio se hicieron distantes una vez más, como aquel día Otoño de 1989, en Chicago.

 

 

 

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